
En esta pieza, la creación artística se revela como un acto sagrado: el triángulo asciende, el ojo vigila y las figuras se alzan como guardianas de un ritual ancestral. Tal como proponía Aby Warburg, el símbolo no es solo una imagen, sino una fuerza que resuena con los ritmos esenciales de nuestra memoria colectiva.

El símbolo como reflejo: un portal entre lo tangible y lo intangible. El flamenco, emergiendo de un espejo líquido, se convierte en un hilo conductor entre lo natural y lo abstracto. Las manos, en un gesto de creación, nos invitan a participar en el ritual de transformar lo cotidiano en un espacio de posibilidades infinitas.